Con Jorge Castro, autor de la entrevista



José Luis Turina

Por Jorge Castro

Entrevista publicada en la revista de Internet Encima de la niebla (enero de 2020)
https://encimadelaniebla.com/jose-luis-turina/


Pregunta.- ¿En qué momento decide José Luis Turina dedicarse a la composición?
Respuesta.- Yo soy de vocación tardía porque no entraba en mis planes dedicarme a la música cuando estudiaba la enseñanza general y el bachillerato. Se despertó mi vocación musical de una manera sobrevenida, sin contar con ella, en torno a los dieciséis años. Yo estudiaba en el instituto donde enseñaba mi padre, el "Jaume Balmes" de Barcelona, y cuando comencé el Bachillerato superior (me gustaba la música, más bien la música ligera en aquel momento) me apunté al coro del instituto. Vi que allí había una riqueza tan grande que de repente se me despertó la vocación con una fuerza tan impresionante que cuando terminé el Bachillerato y el Preuniversitario me matriculé en la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona sin tener claro qué carrera quería seguir, y a los tres meses lo dejé. Me matriculé al mismo tiempo en el Conservatorio Municipal de Música de Barcelona y me dediqué de hoz y de coz a adelantar todo lo que pude los estudios musicales, ¡te estoy hablando de primero de solfeo con 17 años! Como en ese momento se podía alternar la enseñanza oficial y la libre, en tres años realicé los cinco cursos de Solfeo y el primero de Armonía, y digamos que aunque empecé muy tarde, al final terminé la carrera a la misma edad (en torno a los 28 años) que mis compañeros que estudiaron Composición en el Conservatorio de Madrid. Yo quería ser violinista y llegué a cursar seis años de violín, pero cuando empiezas un instrumento como el violín con 16 años, ya sabes de mano que no vas a poder tocarlo o vas a tener unos problemas fisilógicos muy grandes, y yo los tenía, tenía muchos problemas de contracturas ya que el violín es un instrumento muy complicado, de posición muy poco ergonómica, muy "retorcido" físicamente hablando. El hecho de ir viendo claro que iba a tener que dejar el violín más tarde o más temprano me fue llevando a una disciplina más teórica, y aunque la composición tampoco entraba en mis planes, poco a poco me fue interesando y comencé a escribir alguna cosa, y con veintitrés años tenía claro que quería ser compositor. Ahora me alegro mucho de haberme dedicado a la composición, pero fue una cosa un poco fortuita.

P.- Como todos sabemos, tu abuelo fue el gran Joaquín Turina. ¿Pesa mucho llevar el apellido Turina?
R.- Claro, al ser el primer apellido no lo puedes ocultar. Yo estoy muy orgulloso de mi apellido y lo valoro muchísimo, pero es cierto que te exige muchas cosas... no te voy a decir que no te abra muchas puertas, tampoco te diré que te cierre otras, pero sí que hace que se te vea como "el nieto de", y eso a veces es una ventaja pero también es un inconveniente. En los inicios de mi carrera me lo planteé, me dije ¿me voy a dedicar a esto siendo mi abuelo un gran compositor? Fue una duda que tuve y al principio sí fue difícil sobrellevarlo, pero ahora mismo, una vez que superas esa etapa de una cierta reticencia por parte del entorno musical, digamos que estoy encantado. En los inicios de una profesión puede pesar el llevar un apellido ilustre, pero lo importante es superar esa etapa; ahora somos dos Turina.

P.- Tu padre, José Luis Turina Garzón, es pintor. Sois sin duda una familia de artistas.
R.- De los cinco hijos de mi abuelo, ninguno fue músico. No quiso que ninguno siguiera esa senda. Lo curioso es que el padre de mi abuelo había sido pintor también. En mi familia nos hemos ido alternando pintores, músicos, pintores, músicos... Mi bisabuelo, Joaquín Turina y Areal, fue un pintor bastante importante de la escuela sevillana de finales del XIX, mi abuelo músico, mi padre pintor, yo músico y mi hermano Joaquín es pintor también. En la generación siguiente hay de todo, digamos que son las dos ramas artísticas que más nos han interesado en la familia.

P.- En tus trabajos tienes muchas referencias a Chagall, a Zóbel... ¿de qué manera te ha influido la pintura?
R.- El haber convivido con un pintor te hace ver la pintura de una forma muy distinta, ya que no es lo mismo asistir a una exposición que ver cómo se pinta un cuadro. Yo he llegado a dormir mucho tiempo en el estudio donde mi padre trabajaba, porque éramos cinco hermanos. Estábamos en una casa que no era muy grande y teníamos que ingeniárnosla con el espacio, y por la noche, en el estudio, se abría una cama plegable y yo dormí allí durante mucho tiempo, y recuerdo en una ocasión, siendo yo muy pequeño, que al acostarme empujé el caballete (la cama estaba muy cerca) y el cuadro que tenía se me vino encima con el óleo fresco. ¡Imagínate lo que tardaron en quitarme todo eso del pelo! (risas), así que para mí el olor a aguarrás es como el de la magdalena para Proust, cada vez que lo huelo se me viene toda la infancia a la cabeza. Todo esto te da una gran cercanía con la pintura, una cercanía matérica, incluso mi padre nos llevaba a mí y a mi hermano a pintar. Por ejemplo, nos llevaba al puerto de Barcelona y pintábamos paisajes de barcos. Era muy bonito, la verdad es que me gustaba mucho la pintura y se me daba muy bien, pero la vocación musical pesó más. Luego, la pintura ha tenido mucha importancia en algunas de mis obras en las que he utilizado referencias pictóricas, bien sobre pintores concretos, como por ejemplo, las Exequias a la memoria de Fernando Zóbel, al que conocí en Cuenca en los años ochenta porque yo trabajaba allí, que es como un réquiem tras su muerte; los Dos cuadros de Marc Chagall para violín solo, que están basados en dos de los violinistas que pintó Chagall; el Homenaje a Óscar Domínguez para viola y cuerdas... Y una de mis primeras obras orquestales se llama Pentimento, arrepentimiento en italiano, porque está basada en un fenómeno pictórico consistente en que el pintor pinta algo, se arrepiente, pinta algo encima y con el paso del tiempo lo que había pintado abajo sale a flote y está en un plano bastante parecido al de la pintura definitiva. En esa obra, me baso en dicho fenómeno pictórico para establecer una especie de cuento musical en el que en una obra de orquesta de repente surge un cuarteto de cuerda que había antes en el papel pautado en el que yo estaba componiendo la obra de orquesta.

P.- Además de en los Conservatorios de Barcelona y Madrid, como dijimos antes, estudiaste con Donatoni en Roma.
R.- Sí, aunque no fui alumno oficial suyo. Yo estuve como becario en Roma en la Academia Española de Bellas Artes, pero por un error burocrático no me matricularon en el curso de Donatoni, aunque él no me puso ningún impedimento para asistir a las clases como oyente y participar activamente, por lo que me considero alumno por haber asistido a sus clases. No me lo considero en cuanto a que la enseñanza que recibí de él me haya sido útil, ya que uno estudia y luego lo que te es útil o no depende de muchos factores, porque cuando pasan los años tú haces un balance y dices: soy alumno de Calés en contrapunto, de García Abril y de Román Alís en composición, pero le debo más a lo que he analizado de Bach, de Alban Berg... entonces ¿tú de quién eres alumno? En el fondo un compositor es un poco autodidacta, quizás por eso nunca he dado clases de composición. Trabajé con Donatoni durante un curso, me fue muy interesante, pero en mi música difícilmente vas a apreciar referencias directas de lo que aprendí con él, pero el hecho de haber estado en Roma me hace descubrir a un compositor italiano, Salvatore Sciarrino, que para mí es como el norte que me iluminó en un momento determinado, y la influencia de Sciarrino sí que la puedes rastrear en mi música, (ahora ya menos, pero ha estado muy presente), la de Donatoni, no.

P.- Además de a la composición, has dedicado muchos años a la gestión, ¿cuál ha sido tu experiencia en este campo y qué diferencias encuentras entre la música contemporánea española de ahora con la de hace, por ejemplo, veinte años?
R.- Si bien mi experiencia con la JONDE (Joven Orquesta Nacional de España) ha sido muy buena, mi experiencia con la gestión no tanto, todo hay que decirlo, porque sobre todo en los últimos años, como consecuencia de la crisis, hemos entrado en un proceso de exceso de burocracia y de complicación de gestión muy grande que hace que me pase más tiempo haciendo labores de gestión propiamente dicha que artísticas, que es para lo que se supone que yo estoy aquí. En cuanto a la música contemporánea, la JONDE, es seguramente la orquesta sinfónica española que más atención le ha prestado, dentro de las limitaciones reducidas y en proporción a la actividad que tiene la JONDE con respecto a otras orquestas. Mientras la Orquesta Nacional hace un concierto a la semana, nosotros hacemos tres encuentros sinfónicos al año, por lo cual no es comparable, pero en proporción, probablemente, hemos prestado más atención a la música contemporánea que el resto de las orquestas españolas, y en ese sentido creo que hemos apoyado a la música de creación reciente, y especialmente a jóvenes que han podido participar como compositores invitados por la orquesta o compositores residentes. El momento actual me parece lamentable, te lo voy a resumir en una frase: si yo tuviera que empezar ahora profesionalmente, no sé si me dedicaría a componer, porque la poca atención que se le presta a la música contemporánea es patética. De hecho puedes mirar la programación mensual del Auditorio: lo que vas a ver son conciertos de bandas sonoras y cosas así, o naturalmente conciertos integrados únicamente con la Quinta de Beethoven, la Patética de Tchaikovsky o las Cuatro estaciones de Vivaldi, es decir, el repertorio más básico. ¿Por qué? Porque la obsesión es llenar la sala. Si programas música contemporánea de calidad lo que ocurre es que no se llena ni en una décima parte. Entonces, buscar el equilibrio es difícil. Las orquestas lo que quieren es incrementar el número de abonados, asegurarse un éxito. Estamos hablando de orquestas, pero también ocurre con la música de cámara, aunque se nota más con la música sinfónica porque son los que tienen el problema más acuciante, ya que cuesta mucho mantener una orquesta, que requiere de un gran número de personas y por eso deben asegurarse unos ingresos mínimos, ya que las subvenciones y los recursos públicos no les cubren la actividad y tienen que ofrecer un repertorio que les asegure un llenazo para cubrir gastos o incluso, cuando es una orquesta privada, que les reporte beneficios. Es todo puro marketing en lo que se ha convertido la programación. Es muy triste, aunque a pesar de todo yo no he dejado de creer en la composición, porque necesito componer para estar a gusto conmigo mismo. Sobre todo en los últimos diez años ha habido un cambio sustancial en el tratamiento y la atención hacia la música contemporánea por parte de los programadores de conciertos, hay una pereza mental instalada que es muy preocupante. Eso se compensa porque todavía hay instituciones, normalmente públicas como el CNDM, que mantiene ahí un reducto, una reserva espiritual de la música contemporánea como es el ciclo 20/21, que ha asumido el legado que le dejó el Centro de Difusión para la Música Contemporánea, y que tiene hacerlo, ya que el Estado tiene que hacer eso o, por lo menos, no dejar que muera porque sería trágico. Eso una entidad privada no lo va a hacer salvo que esté muy respaldada por unos recursos económicos muy potentes, cosa que no es el caso en el momento actual. Yo confío en que vendrán tiempos mejores, pero no sé si lo voy a ver.

P.- El pasado mes de noviembre te concedieron la Medalla de Oro del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid (RCSMM), ¿qué significa para ti ese galardón?
R.- Fue muy bonito, porque con el Conservatorio siempre he mantenido una vinculación afectiva muy grande aunque mi paso por el Conservatorio Superior actual ha sido efímero. Mi destino, una vez que obtuve la plaza como profesor, fue en el RCSMM, y allí tuvieron lugar mis años de ejercicio efectivo en la docencia, cuando era un centro donde se impartían conjuntamente los grados elemental, medio y superior. Estaba todo mezclado en el mismo centro hasta que llegó la LOGSE y puso fin a esa situación. En el mismo edificio del Teatro Real estaban también el Conservatorio de Danza y la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Cuando nos tuvimos que ir de allí en 1990, entonces el Conservatorio Superior se centró en las enseñanzas superiores, porque así lo estableció la LOGSE. Mi asignatura, Armonía, era de grado medio, y por lo tanto mi destino se alejó del Real Conservatorio (fui profesor allí desde el 85 al 90). Esa parte afectiva que tienes con el centro en el que te has formado y has trabajado en tus primeros años docentes es enorme, y que el Conservatorio se acuerde de mí para darme una distinción como ésta es una cosa que me emociona enormemente y que me llena de una satisfacción muy grande. Es un detalle muy bonito que agradezco, por supuesto.

P.- Ahora que se acerca tu jubilación, ¿qué proyectos tienes en mente?
R.- Muchos. El hecho de haber trabajado en la JONDE durante 19 años conlleva estar totalmente absorbido y disponer de muy poco tiempo. Pero a pesar de eso no he abandonado la composición en ningún momento (si miras mi catálogo podrás ver que todos los años he compuesto dos o tres obras, este año llevo cuatro o cinco) aunque sí he limitado mucho el formato. Es un problema de tiempo y de concentración: a veces me paso semanas enteras sin poder escribir nada, y si en esas circunstancias te embarcas en una obra de envergadura que tienes que tener controlada porque no te puedes perder, como en el caso de una obra orquestal de veinte minutos, tienes que saber perfectamente dónde te quedaste ayer para saber qué vas a hacer hoy y qué piensas abordar mañana... si tú eso lo dejas durante tres semanas, cuando lo retomas no sabes dónde estás. Por eso he rechazado todo tipo de propuestas de escribir música sinfónica desde hace mucho tiempo, añadiendo que "cuando me jubile hablamos, ahora de momento, no". Lo digo un poco en broma, pero me he convertido en un compositor de formato A4, es decir, música de cámara, porque eso lo puedes manejar mejor... Por lo tanto, como consecuencia de mi trabajo al frente de la JONDE he tenido que reducir el formato de mi música y el ritmo creativo, que he tenido que ajustar a mi disponibilidad, reduciendo inevitablemente la difusión de mi música. Una vez jubilado, intentaré dedicarle más tiempo.