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Con el Cuarteto de Tokyo, durante el ensayo de Clémisos y Sustalos en la Sala
de Cámara del Auditorio Nacional de Música (Madrid, 21 de noviembre de 2001)



Clémisos y Sustalos

(Cuarto Cuarteto de Cuerda)


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Comentario


Escrito en el invierno de 2001, Clémisos y Sustalos es, por así decirlo, la parte española de un encargo cuádruple del Cuarteto de Tokyo, al que está dedicado, en coproducción con el Liceo de Cámara de Madrid, el Ciclo de Cámara del 82 Street Hall de Nueva York, la Ópera City de Tokyo y el festival Città di Castello de Italia, y el primero de los que a cargo de tan célebre agrupación fueron estrenados en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música de Madrid, dentro de la temporada 2001-2002 del Liceo de Cámara.
Se trata de una pieza de unos 18 minutos de duración, aproximadamente, que se estructura en dos movimientos, fuertemente contrastados, que son interpretados sin solución de continuidad, cada uno de ellos integrado a su vez por una sucesión de secciones yuxtapuestas más o menos extensas. El primero es una enérgica toccata, en la que se presenta un material siempre muy atomizado, constituido por la reiteración de pequeños diseños que, al ser repartidos entre los cuatro instrumentos de forma absolutamente equitativa, van configurando de forma progresiva organismos de mayor envergadura. La rápida sucesión de los diferentes elementos propociona de forma continua violentos contrastes que abarcan toda la gama tímbrica y dinámica del cuarteto. Toda la tensión acumulada durante este movimiento se resuelve con la llegada al segundo, que supone a su vez un marcado contraste con el anterior, tanto en el carácter como en el tratamiento del material: frente al uso continuo de elementos atomizados de aquél, éste se caracteriza por las frases largas, de amplio vuelo melódico, de sus diferentes secciones. Éstas se suceden en número de doce, y cada una de ellas se basa en un material serial dodecafónico, muy libremente tratado, que procede de diversas transformaciones de la serie principal de la Suite lírica de Alban Berg. En ese sentido, las doce secciones constituyen un conjunto de variaciones, cada una de las cuales concluye con una nota larga, siempre diferente, cuya sucesión final es la de la serie original del cuarteto de Berg.

Julio Cortázar (1914-1984)

Los títulos, tanto del cuarteto como de sus dos movimientos, proceden directamente del célebre cap. 68 de Rayuela, la novela de Julio Cortázar cuya lectura me acompañó durante toda la composición de esta obra. En dicho capítulo, integrado por un único párrafo de apenas doce líneas de extensión, Cortázar emplea un lenguaje denominado "glíglico", o lenguaje puramente musical, consistente en intercalar palabras absolutamente inventadas, carentes de significado y válidas sólo por su belleza puramente fonética, entre expresiones y locuciones convencionales que les confieren un sentido distinto para cada lector, de modo similar a como actúa la música para el oyente. Así, tras las palabras "clémisos" y "sustalos" cada uno puede entender los conceptos que el contexto en que Cortázar las sitúa le sugiera: "Apenas a él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes...".

Capítulo 68 de Rayuela (1963)

Para los dos movimientos del cuarteto he escogido, respectivamente, las expresiones "Trimalciato de ergomanina" y "Fílulas de cariaconcia", dado que la relación de interdependencia entre ambas que se produce en el texto, que hace que las segundas afecten directamente a las primeras, relajando su grado de tensión ("... sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia..."), tiene una exacta correspondencia con el contenido musical de ambos movimientos, al neutralizar las variaciones líricas que constituyen el segundo el carácter agresivo de la toccata enérgica inicial. Como en Rayuela, estos títulos no significan, por tanto, nada: son sólo música, como lo es la que contienen, que cada oyente debe escuchar, entender y asimilar como la propia música le sugiera.
Clémisos y Sustalos, cuarto cuarteto de cuerda de mi catálogo, fue estrenado por el Tokyo String Quartet, al que está dedicada, en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música de Madrid, el 21 de noviembre de 2001.

Con el Cuarteto de Tokyo, tras el estreno de Clémisos y Sustalos
(Madrid, Auditorio Nacional de Música, 21 de noviembre de 2001)



Primera página de Clémisos y sustalos


Críticas



"Rayuela", capítulo 68
Por Juan Ángel Vela del Campo
(Crítica publicada en el diario El País. Madrid, 23 de noviembre de 2001)

Arropado por los dos sextetos de Brahms en contemplativas, impecables y nada arrebatadoras versiones del Cuarteto de Tokio, llegó el único estreno absoluto del excelente X Liceo de Cámara, la aportación española de un proyecto con otras nuevas creaciones desde Italia, Estados Unidos o Japón, con repeticiones de los cuartetos en más de veinte ciudades. Dimensión, pues, internacional para esta noche transfigurada de Turina, en la que rinde homenaje al añorado Julio Cortázar y, en concreto, al capítulo 68 de Rayuela. De ahí el título general y el de los dos movimientos, la tocatta enérgica inicial y las consiguientes variaciones líricas, bautizadas para la ocasión como Trimalciato de ergomanina y Fílulas de cariaconcia, respectivamente. En fin, Cortázar: un amor.
Trabajo sólido, compacto, comprometido y sin concesiones el del compositor madrileño, con un apabullante dominio de la estructura desde la abstracción y un sutil equilibrio de tensiones en el desarrollo. No hay un diálogo sostenido con la memoria como en su ópera Don Quijote en Barcelona, ni tampoco guiños evocadores desde el humor como en La raya en el agua. Estamos ante un Turina sombrío, con un punto de complicidad formal en todo caso con la Suite lírica de Alban Berg, un Turina de sobriedad clásica, vibrante en los ritmos, dominador de los recursos sonoros (estupendos los pizzicati, los unísonos), con un poético y emocionante final para concluir un clima de inquietud permanente.
El público recibió la obra con mucho calor, como se percibió en las tres tandas de ovaciones, una de ellas con el compositor en la escena y otra recogiendo los aplausos desde la sala. Magnífico el Cuarteto de Tokio en una obra nada fácil. El Liceo de Cámara se apunta un tanto importante. Un toque de atención adicional: el libro-programa de mano contiene un documentado y brillante estudio de más de cien páginas de Juan Manuel Viana sobre la obra de cámara de Brahms.



CUARTETO DE TOKIO. La excelencia de las cuatro voces
Por Carlos Gómez Amat
(Crítica publicada en el diario El Mundo. Madrid, 23 de noviembre de 2001)

El admirable ciclo Liceo de Cámara, que nos ofrece la Fundación Caja Madrid, se centra esta temporada en un gran tesoro histórico y actual: la música de cámara de Johannes Brahms. Con algún adecuado complemento, suena esa música inmortal en versiones insuperables.
El Cuarteto de Tokio centra las actividades y se ha convertido en conjunto residente. Además de su excelencia, este cuarteto ha contribuido ahora al enriquecimiento del repertorio con cuatro encargos en los que se unen organismos japoneses, estadounidenses, italianos y españoles. Bienvenida sea la nueva música.
En representación de España -aplauso entusiasta a la presencia de nuestro arte- el encargo se le ha hecho a uno de nuestros compositores de mayor personalidad y prestigio, José Luis Turina. Demostrando siempre que es hombre de cultura, el compositor titula su nuevo cuarteto Clémisos y sustalos y también usa en los dos movimientos el gracioso lenguaje camelístico de Julio Cortázar de Rayuela.
José Luis Turina demuestra aquí de nuevo su maestría técnica, que es enorme. Utiliza el reducido pero homogéneo ámbito sonoro del cuarteto de arco para comunicar su propio pensamiento musical. Aunque la tocata inicial es muy interesante en su planteamiento rítmico, creo que lo más bello es el lirismo de las variaciones, hasta un final afortunadísimo en su sonoridad.
Esta es una gran música del siglo XX, pero estamos en el XXI. Confío en que José Luis encuentre un camino para el nuevo siglo. La presencia de la Escuela de Viena en la segunda mitad del siglo pasado ha sido un poco agobiante. Debemos poner a aquellos maestros -que son tan historia como Beethoven- en sus hornacinas y acordarnos de ellos como de Santa Bárbara, sólo cuando truena.
Magnífica versión de los de Tokio. Kopelman, Ikeda, Isomura y Greensmith, con la viola Walther y el cello Milman, fijaron en tiempo y estilo los dos bellos sextetos de Brahms. Se ovacionó la música histórica y la nueva, en presencia del autor.



Cuarteto de Tokio, un lujo
Por Álvaro Guibert
(Crítica publicada en el diario La Razón. Madrid, 23 de noviembre de 2001)

Se estrenaron al fin los dos primeros encargos del Cuarteto de Tokio, el del italiano Fabio Vacchi y el del madrileño José Luis Turina. Se trata de un proyecto de gran envergadura que implica el estreno por parte del Cuarteto de Tokio de cuatro composiciones encargadas para la ocasión y su reposición en Madrid, Città di Castello, Nueva York y Tokio. Además de los antedichos, los compositores embarcados en esta aventura son el japonés Hikaru Hayashi y la norteamericana Joan Tower. El hecho de que haya una voz española en este proyecto es una gran noticia, por lo que tiene de reconocimiento y de difusión internacional de nuestra música. Es, además, una consecuencia lógica del gran nivel alcanzado por nuestra composición, que, de verdad, es muy buena.
El cuarteto que Turina ha compuesto para el Tokio lleva el sello de la casa: perfección técnica y gran capacidad expresiva. Escribir para cuarteto de cuerda es una tarea difícil y exigente. El equilibrio sonoro entre los instrumentos y el equilibrio formal entre las partes de la obra son retos que, en el cuarteto de cuerda, se superan con especial dificultad. Turina lo hace con brillantez. Este «Cuarto cuarteto» entra es el oído con naturalidad, tanto las sonoridades nerviosas y entrecortadas del principio como las playas sonoras del final. Y la tensión estructural crece, culmina y se diversifica con misteriosa eficacia. Es lo propio de las obras maestras. Este «Cuarteto» se inspira en el célebre capitulo en gíglico de la «Rayuela» de Julio Cortázar. Turina lleva años pensando la música como lenguaje y el lenguaje como música: tenía que acabar dando en Cortázar,
Curiosamente, el «Cuarteto nÂș 3» de Vacchi se parece al de Turina. Ambos acuden a motivos sencillísimos: notas rápidas o notas tenidas; gestos tremolantes breves que proliferan y se acumulan, o acordes planos y seductores. Vacchi emplea escalas diatónicas allí donde Turina acude a series cromáticas, pero el resultado está muy cercano. La obra de Turina me pareció más redonda de forma y más lograda como unidad de expresión.
Por lo demás, el Cuarteto de Tokio expuso las dos novedades con impresionante virtuosismo colectivo. Los estrenos sonaron envueltos en música de Brahms: los dos sextetos, los dos quintetos y el primer cuarteto. El Liceo de Cámara empieza así a todo gas su ciclo de conciertos dedicados a la música de cámara completa de Brahms. Un verdadero lujo.



El club de los elegidos
Por Alberto González Lapuente
(Crítica publicada en el diario ABC. Madrid, 30 de noviembre de 2001)

La décima temporada del Liceo de Cámara ha iniciado su serie interna de conciertos dedicada a la integral de la música de cámara de Brahms. Ha correspondido al Cuarteto de Tokio interpretar los dos primeros, en los que junto a la música del hamburgués se han escuchado nuevas obras encargadas a José Luis Turina, en su estreno absoluto, y a Fabio Vacchi, en su primera audición española, y que junto con las que han de venir de Hikaru Hayasi y Joan Tower, se presentan en coproducción con el Festival Città di Castello, el 92nd Street Hall de Nueva York y el Opera City de Tokio. El Liceo de Cámara se vincula con el exterior al tiempo que cierra las puertas en casa al anunciar la venta de todas sus localidades a través de abono. Curiosa paradoja que rompe tópicos sobre el interés que puedan despertar al público ciertas propuestas (músicas «minoritarias» se ha dicho, de ayer y de hoy), y que, tras diez años, ha concluido convirtiendo a este ciclo en un club de elegidos.
Posiblemente, todo sea la consecuencia de un principio de calidad del que el Cuarteto de Tokio puede ser un solvente representante. En estos conciertos lo ha demostrado ante las obras encargadas, capaces de permitir a los intérpretes encogerse a un refinamiento propio de músicas que parten de una evanescencia, del crecimiento de lo mínimo, de un propósito de superposición y hasta de un vuelo lirico nada ajeno a cierta latinidad. Tal vez fuera más puntillista el tercer cuarteto de Fabio Vacchi que los «Clémisos y sustalos» de José Luis Turina, en donde cualquier intención de contraste se disuelve ante una realidad de enorme coherencia en la que prima la apostura y la seducción. Y ante todo un refinamiento tímbrico que une a estas dos obras y contrasta con la más frondosa estructura de las de Brahms. Reger lo explicó al hablar de la "niebla" brahmsiana, a través de un término de William Tappert, en el que implícitamente se atiende a la efusión, la densidad y la prodigalidad del discurso. Y es en este último aspecto es donde el Cuarteto de Tokio puede lucir sus mejores condiciones: en una retórica que hace hincapié en el desarrollo interno antes que en la belleza explícita. Porque hoy, por hoy, el Tokio es una máquina de precisión que necesita de un calentamiento previo, especialmente su primer violin Mikhail Kopelman. y que cuando lo logra todo es posible: los dos quintetos de cuerda. los dos sextetos y el primer cuarteto sólo han sido el prólogo.


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