Foto: Alberto Schommer


Palabras de adhesión al Homenaje a Carmelo Bernaola con motivo de su 70º aniversario

Jornadas de Música Contemporánea de Granada, 1999


Ya de por sí es una idea feliz la de celebrar los setenta años de Carmelo Bernaola con un merecidísimo homenaje, pero me complace además muchísimo que éste tenga lugar en Granada, porque fue precisamente en uno de los cursos "Manuel de Falla" hace ya más de veinte años, en las aulas del Auditorio casi recién inaugurado, donde tuve ocasión de aproximarme por primera vez a su profunda humanidad y de beneficiarme de sus enseñanzas.
El reconocimiento de un magisterio, lo que hace que uno se considere discípulo de alguien, no radica tanto en que la propia música se parezca a la del maestro, como querrían, al alimón, algunos representantes del conservadurismo más académicamente cerril y de la vanguardia más radicalmente convencional, sino, más bien, en la conciencia de que el maestro haya sabido despertar en uno el estímulo necesario para, a través del aprovechamiento y personal asimilación de sesuda doctrina, sabios consejos y unas cuantas fórmulas magistrales, ir desarrollando una forma auténtica y personal de entender la composición.
Sólo fui alumno directo de Carmelo Bernaola durante los cursos de verano de los años 1978 y 1979. No he trabajado bajo su tutela, por tanto, de forma asidua y continuada; y, sin embargo, me considero discípulo suyo en muchos aspectos. Mi intención, al inscribirme en sus clases, se orientaba fundamentalmente hacia la adquisición de una sólida técnica de la composición: al igual que mis condiscípulos, la edad -en torno a los veintipocos años-, el momento -la necesidad de encontrar una alternativa a una vanguardia que, por entonces, empezaba a entrar en crisis- y la falta de información generalizada -la resultante de unas enseñanzas obsoletas y decimonónicas que, aún hoy, se resisten al cambio-, me impulsaban hacia todo aquello que pudiera aportarme recursos técnicos y estéticos en los que basar una vocación, informe y desordenada, pero clara y decidida, de compositor.
Naturalmente que en mi actual bagaje técnico cuentan -y mucho- las enseñanzas de Bernaola. Considero que sus planteamientos con respecto al tratamiento del material interválico modificaron muy hondamente los cimientos, morfológicos y sintácticos, de mi lenguaje musical, por entonces muy desorientado, y que aún hoy ello es perceptible en buena parte de mi forma de entender los aspectos melódicos y armónicos de la composición. Pero lo que en principio comenzaron siendo unas interesantísimas clases de técnica interválica pura y dura, rápidamente se convirtieron en unas apasionantes sesiones de instrumentación, del más alto nivel que yo haya conocido, y de las que procuré extraer el máximo provecho; sesiones que recuerdo con especial cariño y agradecimiento cada vez que escribo, por ejemplo, para determinados registros de la flauta o de la trompa, o me veo obligado a utilizar ciertas notas de la trompeta.
Es fundamentalmente en ese aspecto en el que me siento más discípulo de Carmelo, desde el punto de vista puramente técnico. Pero desde la nostalgia al evocar aquellas clases y aquellos años, quiero recordar que en aquellos consejos de instrumentación ponía una pasión especial, que a mí me caló mucho más profundamente que las sabias y objetivas enseñanzas de los aspectos relativos al material interválico y sus derivaciones, por cuanto sólo la he encontrado en aquellos maestros que no sólo sabían más que los tratados al uso, sino que demostraban una generosidad fuera de serie al compartir sus conocimientos, sin ningún tipo de reservas, con sus alumnos. Como aplicado discípulo, he procurado integrar ese factor humano en mi actividad docente, no menos importante que la de profesional de la composición.
Sin estar seguro de haberlo logrado plenamente, quiero al menos dejar aquí constancia de que en ello, como en tantas otras cosas, está detrás la sombra protectora, inmensamente sabia y humana, de Carmelo Bernaola.