Elogio de la nostalgia

Revista Ópera Actual, número 77. Barcelona, enero-febrero de 2005


Desde niño me he sentido seducido por la inmensa lección vital que encierra toda la filosofía de El Quijote: la de que la realidad del presente nos permite predecir que el futuro no es lo que esperábamos, y que sólo la nostalgia del pasado es capaz de proporcionarnos una huida que, si bien no precisamente hacia delante, nos garantice un equilibrio vital entre nuestras aspiraciones y nuestras limitaciones para conseguirlas.
Visto de esa manera, Don Quijote es seguramente el personaje más cuerdo de toda la literatura universal, el único que cree que fuera de la ficción no hay escapatoria para la mediocridad, y que, consecuentemente, hace de la nostalgia su principal estandarte. Desde su atuendo, compuesto por los objetos más dispares que encuentra en la basura y que hacen de él un auténtico fantoche, hasta su jerga, pasando por su ideología, revelan un deseo de vivir en otra época, en otro mundo y entre otras gentes hace largo tiempo desaparecidas.
Por eso nada podía satisfacerme más que La Fura dels Baus me llamara hace ocho años para proponerme colaborar en una nueva aventura de Don Quijote. Y en compañía de Justo Navarro intentamos poner en pie una nueva salida del hidalgo, la que muy bien podía haber tenido lugar en la Cueva de Montesinos, de donde vuelve contando tales visiones que por fuerza resultan increíbles, hasta el punto de que el propio Cervantes, en un alarde de ingenio, tilda de apócrifos estos capítulos de su propia novela.
Durante el descenso a la cueva, Don Quijote es en realidad arrebatado, abducido, por una máquina localizadora temporal de maravillas antiguas que una casa de subastas suiza ha programado, en el s. XXX, para encontrar el libro en el que se cuentan sus hazañas. En su lugar lo encuentra a él, y el arrancarlo de su época y transportarlo al futuro, exhibiéndolo en una jaula, como un monstruo de feria, no hace sino acentuar su nostalgia natural.
De ese modo, todas las intervenciones del personaje rezuman una voluntad deliberada de evocar el pasado, su mundo, no a través de citas o procedimientos estilísticos del s. XVII (nuestro acercamiento a El Quijote es ante todo sentimental, nunca historicista), sino mediante la utilización de un lenguaje tonal tradicional, irreconciliable con el contemporáneo en el que se expresan las gentes del futuro al que ha sido arrebatado desde su época. Nostalgia y dolor ante la incomprensión, por tanto, en los que radicaba toda la filosofía literaria, musical y escénica de nuestro D.Q.

Escena del Acto II de D.Q. (Don Quijote en Barcelona)